Hannah Arendt y la filosofía política utópica de revoluciones
generadoras de Repúblicas sin contenido popular
Nacida en Hannover -
Alemania, en 1906 y fallecida en Nueva York para 1975. De familia judía. Estudió
en Marburgo, Friburgo y Heidelberg y en ésta última universidad obtiene el
doctorado en filosofía con Karl Jaspers. Hitler ya en el poder (1933), y como a
muchos judíos, le inspiró su exilió hacia París, y de la Ciudad Luz salió en
1940 hacia Nueva York. Para 1951 se nacionaliza estadounidense.
En 1951 publica ‘Los orígenes del totalitarismo’, donde
analiza el imperialismo siglo XIX y los totalitarismos del siglo XX y el
antisemitismo. Estudia la noción de política en el mundo moderno, e igual hizo
en su obra ‘La condición humana’
(1958).
Aristotélicamente
conceptúa el carácter público de felicidad y libertad, que Hannah Arendt identificaba respectivamente con las revoluciones
francesa y americana (‘Sobre la
revolución’ de 1963), siendo que dichos conceptos aristotélicos ya no son
aplicables en nuestros tiempos, la realidad fue y es más fuerte y poderosa que
la racionalidad filosófica-política, por lo tanto Arendt construye una filosofía utópica y propia de una inexistente
democracia radical sin soberanía.
Y sobre Hannah Arendt dice Habermas lo siguiente:
“Hannah Arendt quiere averiguar qué es lo que podemos
aprender todavía de la política de Aristóteles y para ello la aplica a un
fenómeno que a primera vista parece patrimonio exclusivo de la experiencia
moderna de lo político: al fenómeno de la revolución. Y como este propósito lo
lleva a cabo con una consecuencia (pag. 200) admirable, el libro resulta
apasionante e instructivo. Sobre todo nos enseña cómo un filosofar, que en otro
tiempo abarcaba el todo, puede quedar petrificado hoy, incluso en sus formas
intelectualmente más ágiles, en una importante unilateralidad.”
“Hannah Arendt no se cierra en modo alguno frente a los
cambios estructurales que ha experimentado la esfera de lo político. Se da
cuenta de que la guerra, que es uno de los fenómenos más viejos, no es ninguna
constante en las relaciones entre los pueblos; sabe que las confrontaciones
bélicas no son ya las mismas desde que las revoluciones determinan las
relaciones entre los pueblos. Guerra y revolución se han hecho dependientes la
una de la otra; en la fase que vivimos de guerra civil mundial los límites
entre guerra y revolución se difuminan con frecuencia hasta hacerse
irreconocibles: Hoy mantienen la ventaja de aquellos que ‘entienden la revolución,
mientras que aquellos que todavía confían en una política de poder en el
sentido tradicional del término y, por consiguiente, en la guerra como último
recurso de toda política exterior, es posible que en un futuro no muy remoto
descubran que se han convertido en maestros de un arte más bien inútil y pasado
de moda…’ La guerra de Vietnam puede considerarse como una sangrienta prueba de
esto.”
“Sólo que el interés que manifiesta Hannah Arendt por el
fenómeno de la revolución tiene sus peculiares limitaciones. Hannah Arendt
entiende la revolución como la fundación de una constitución de la libertad, y
por libertad entiende sencillamente la participación de los ciudadanos en los
asuntos de una polis. Es decir, que Hannah
Arendt se las arregla para situar el fenómeno de la revolución en el marco
conceptual clásico de una rotación de las formas de Estado, disolviendo así el
contexto que hace que las revoluciones del mundo moderno sean precisamente lo
que son: una relación sistemática entre las conmociones políticas y la
emancipación de una clase social. Naturalmente que Hannah Arendt no puede negar
los hechos. Pero al peculiar entrelazamiento de la revolución con lo que en el
vocabulario del siglo XIX, a la vez con distanciamiento burgués y con
caritativa condescendencia, se llamó la ‘cuestión social’, lo convierte en
criterio de la contaminación de un proceso político puro. La
institucionalización de la libertad pública no debe quedar lastrada por los
conflictos del trabajo social, y las cuestiones políticas no deben mezclarse
con las cuestiones socioeconómicas. Así pensaba Aristóteles, sin duda, y así lo
leemos todavía en los manuales de la vieja política. Pero para convencernos de
que estos principios no solamente vienen santificados por la tradición, sino
que son también los (pag. 201) que se conforman con la naturaleza humana,
nuestra autora construye una historia de dos revoluciones: de una revolución
buena y de una revolución mala.”
“La revolución buena tuvo lugar en América. Surgió de
una lucha por la libertad política y no
de la pasión contra la explotación y la opresión social. Su resultado fue, por
tanto, una constitución política provechosa y manejable. Por desgracia esa
revolución cayó en el olvido. Y fue la revolución mala, es decir, la Revolución
Francesa, la que se convirtió en modelo de todas las revoluciones posteriores.
Esta revolución había lanzado desde el principio a las masas pauperizadas a la
escena política y había convertido la lucha por la libertad política en una
lucha de clases sociales. Su instrumento fue el terror y su resultado la
contrarrevolución. El movimiento permanente de la desconfianza no llegó a sosegarse en las instituciones de
la libertad pública.” (pág. 202)
“… el mérito de este libro, que lleva a cabo una impecable
confrontación del sueño americano del bienestar privado con el sueño jeffersoniano
de la revolución americana: ‘En cualquier caso, Jefferson tuvo al menos un
presentimiento de lo peligroso que podía ser conceder a la gente una
participación en el poder público sin dotarla a la vez de otro espacio público
que la urna electoral ni de otra ocasión de hacer oir su voz que el día de las
elecciones. Se dio cuenta de que lo que constituía el peligro mortal para la
república era que la constitución había dado todo el poder a los ciudadanos sin
darles oportunidad de ser republicanos ni de actuar como ciudadanos. En otras
palabras, el peligro estribaba en que se había dado a la gente todo el poder en
su calidad de personas privadas sin dotarlas de ningún espacio público en su
calidad de ciudadanos’. Y éste ya es un primer paso por encima de la revolución
burguesa. Jefferson no hubiera podido darlo sin la inspiración del espíritu de
la revolución que, más radical que en América, tenía el propósito de suscitar
un nuevo orden para el Estado y para la sociedad a la vez, y que acabó después
contentándose con el código de Napoléon.” (pág. 205, ‘11. Hannah Arendt’ en ‘Perfiles filosófico-políticos’ de Jürgen
Habermas, editorial Taurus, versión castellana de Manuel Jiménez Redondo,
traducido de la tercera edición alemana, aumentada, España 2000)
Tengo que reconocer que
muy poco usaba las obras de Hannah
Arendt en las clases que impartía sobre Ciencia Política o Teoría del
Estado en las diferentes universidades donde enseñé dichos cursos, porque
siempre consideré a dicha autora germana de la referencia, como muy ingenua y/o
utópica en cuanto a la Filosofía política en general y a la ciencia política en
especial y estrictamente hablando, y lo expreso sin ninguna pena, ni temor, ni
cortapisa, muy a pesar de su gran calidad expositiva y argumentativa y la
hondura filosófica que nadie pone en tela de juicio.
Hannah Arendt tiene conceptos teóricos
muy bellos, poéticos y duros a manera de sellos arquetípicos de trabajo
hipotético (también parecido método científico fue el de Max Weber, pero este sociólogo, historiador y economista también
germano tuvo mayor suerte y acierto en sus enfoques y análisis) que
lamentablemente sacados y transportados desde un contexto histórico-político
muy lejano a nuestros días sufren de envejecimiento y esclerosis evidente y d
Y siempre me gustó como Jürgen Habermas advierte, señala y
precisa los serios errores teóricos y filosóficos políticos de la reconocida
discípula de Heidegger materia del
presente envío, inclusive Habermas
señala en algún momento que el discurso de Arendt
deviene en ‘limitado’ y en ‘capricho’
y es que razón no le falta en modo alguno conforme sustentaremos.
Arendt se aferra a los conceptos teórico-políticos
demasiados etéreos filosóficamente reconocidos del viejo Aristóteles y con ellos estudia a la REVOLUCIÓN y no tiene suerte ni en su discurso ni en sus
demostraciones.
Para empezar, la guerra no es un concepto ni una
práctica desusada y en camino hacia el desván de la historia, es todo lo
contrario, y nuestro presente contexto histórico político internacional me da
la razón absolutamente, y es que guerra
con revolución ya no se ve, ni se
escucha, ni se realiza, precisamente porque la guerra se ha profesionalizado e
industrializado y tecnificado mientras que la REVOLUCIÓN ni se ha profesionalizado, ni industrializado, ni mucho
menos se ha tecnificado, (a lo más se dogmatizó con el esfuerzo tonto y ciego
del marxismo mundial con todas sus variantes, matices y pelajes).
La guerra le ha ganado la partida a la revolución, la guerra es
parte proyectiva de la naturaleza humana, la revolución es un restallante instante de la emoción social de un
sector efervescente y nutrido de la razón martillante con tesón y tensión en un
largo lapso de tiempo acicateado por las condiciones económicas y sociales y
políticas de dominio malsano, básicamente. La guerra es independiente casi siempre y casi expeditiva, mientras
que la revolución viene atada,
amarrada a una serie de condicionamientos poliédricos, donde que las buenas
intenciones no son suficientes, ni la perversidad sola tampoco, para el
estallido de la revolución social y política.
Y aquí aprovecho para
discrepar con el mismo Jürgen Habermas cuando
califica a la guerra como un ‘arte más
bien inútil y pasado de moda’ cuando los hechos presentes demuestran todo
lo contrario, la realidad se ha encargado de refutar al gran filósofo Habermas de nuestros días.
Y es que Arendt comete el error de anclar el
concepto de Revolución a la Libertad pública como participación de
los ciudadanos en los asuntos de la polis, craso y grave fallo, cuando en
verdad de verdades eso nunca se ha verificado, siempre ha sido la cúpula
victoriosa post-revolución la que ha detentado el poder y las masas románticas
y efervescentes e impulsivas siempre quedaron fuera de ‘los asuntos de la polis’, y que la ‘rotación de las formas de Estado’ post-revolución solamente
encubrieron el dominio de la nueva clase política ascendente, la República en forma y en esencia muy
pocas veces se ha verificado en el mundo moderno y la historia lo grita así.
Por eso y mucho más se
equivoca ingenua o excesivamente empapada de Aristóteles doña Hannah
Arendt cuando raya o marca la cancha teórica al establecer una ‘Revolución buena y una mala’ eso fue
un craso error y peor hito.
En ese sentido afirma Arendt que en América se dio la
revolución ‘buena’, cuando contradictoriamente ella misma consigna a Jefferson precisando que las masas
flamantemente ‘republicanas’ tuvieron
libertades públicas pero sin preparación alguna como repúblicos sino
inmovilizados como simples personas privadas, y que eso constituía un peligro,
en tal virtud la americana fue la más mala de las revoluciones si nos atenemos
a la afirmación jeffersoniana que consignamos en el presente envío y que
contradice plena y frontalmente y de su mismo puño y letra a la misma Hannah Arendt.
Y tan equivocada está Arendt cuando afirma que la revolución
americana surge de ‘una lucha por la
libertad política’ cuando en verdad de verdades el tema fue estrictamente
económico y tributario, el tema de las libertades
políticas fue simplemente adjetivo ya que la esencia del problema y de la
revolución americana era económico-tributario, tan es así que el
general-granjero George Washington
sufrió mil problemas para conformar ejército nativo. Los norteamericanos vivían
felices de sus ancestros y dominio legítimo que ejercía sobre ellos Inglaterra
y su monarquía, solamente rechinaron y se encresparon por el tema tributario y
económico cuando se sintieron lo suficientemente fuertes comercial e industrialmente.
Y también se equivoca Arendt cuando
afirma que la revolución americana cayó en el olvido cuando es todo lo
contrario hasta la fecha, ya que sigue siendo un modelo de República para
muchos estudiosos y naciones y colectivos desde siempre.
Y sobre la revolución ‘mala’
francesa comete otro serio y perceptible error Arendt cuando dice que la lucha por la libertad política devino en
lucha de clases sociales, cuando abundante material explica bien que el tema
central de la revolución francesa fue el dominio despótico y de martirio
económico contra las clases más pobres, el descrédito y falencia económica de
la monarquía y la ambición de la burguesía por ascender posiciones sociales y
económicas y la élite ilustrada que denunciaba el nuevo paraíso de los derechos
políticos ingleses y la forma de gobierno republicana, es decir que fueron muchos
factores desencadenantes, y el instrumento de dicha revolución francesa no fue
el terror, porque el terror robespierriano fue solo un momento de la revolución
y como salvaguarda interna de la propia cúpula dirigencial revolucionaria, el
verdadero instrumento revolucionario fue el genio militar de Napoleón Bonaparte
y sus victorias sobre los enemigos de la revolución francesa.
A propósito de los
esfuerzos y muy por encima de la misma Hannah
Arendt queda muy en claro que estamos frente a una filosofía política
utópica sobre la libertad y la felicidad aristotélica aplicadas en y a nuestra
historia contemporánea, cuando en verdad de verdad se evidencia y se manifiesta
que ambas “revoluciones” americana y francesa, buena o mala han sido
generadoras de “Repúblicas” sin contenido popular y ese es el tema que tenemos que
replantear y profundizar y reincidir ahora: la REPÚBLICA para el siglo XXI pero
con contenido y esencia y forma popular donde el privado se incorpore la vida
pública como ciudadano y como repúblico de una vez por todas.
Lima, 17 de enero del
2014
Jaime Del Castillo Jaramillo
Abogado egresado de la
U.N.M.S.M. con más de 20 años de ejercicio profesional y cuenta con estudio
jurídico abierto; politólogo con más de 20 años de ejercicio profesional;
periodista, fundador y director del programa radial y televisivo ‘Yo, Sí Opino’
(censurado en TV y cerrado cinco veces en radio); Maestría en Ciencia Política
con la tesis “Pensamiento Político peruano insuficiente y epidérmico causa de
nuestro subdesarrollo político”; Post Grado internacional en Ciencia Política
otorgado por la UCES - Universidad Ciencias Empresariales y Sociales de Buenos
Aires-Argentina graduado con la tesis: “Crisis terminal de los Partidos
Políticos en el Perú”; catedrático universitario de ‘Historia del Pensamiento
Político”, “Filosofía Política”, “Metodología de la investigación en Ciencia
Política”, “Realidad Nacional”; “Análisis Político”, “Ciencia Política”, etc.;
blogger, comunicador social, articulista y conferencista.
Fundador, ideólogo y
Presidente de “Foro Republicano”
http://fororepublicanoperu.blogspot.com
@jaimedelcastill
yeagob2@gmail.com
https://www.facebook.com/jdelcastillojaramillo
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