‘Voluntad General’ del pueblo: es falsa, no existe en
modo alguno. La Soberanía Política-económica constante y central, es de los
grupos de poder fáctico en toda sociedad. Juan Jacobo Rousseau y la
irrealizable ficción política del
neurótico anticultural: el jardín del Edén o ‘Volonté generale’ rousseauniano
La mayor y más
grande estafa teórica-política, y política universal occidental, es el de la ‘Voluntad General’ del pueblo, tomada
oportunistamente de la ficción política del ginebrino Juan Jacobo Rousseau. Es una ficción, una quimera, un romanticismo,
propio de un neurótico como fue Rousseau:
La Voluntad General y el ‘retorno
a la naturaleza’.
Juan Jacobo Rousseau nació
en Suiza, en la ginebra calvinista, y su biografía, es propia de un hombre
inestable, neurótico, pobre y aventurero de su evo. Sus tiempos políticos
fueron agitados y violentos, las polémicas y las luchas religiosas e
ideológicas estaban en todo su hervor secular. Rousseau se sintió atraído por París, que era la ciudad luz de la
filosofía racional, fue contemporáneo de los grandes filósofos y pensadores
revolucionarios previos a la Gran
Revolución o Revolución Francesa.
Fue un gran admirador de Diderot en
su momento. Y el genial Voltaire
será su gran opositor, --de validez universal--, luego de conocida la
extraviada obra y ficción política rousseauniana, denominada: ‘El
contrato social’.
La obra escrita
por Juan Jacobo Rousseau fue
sobretodo ficción política,
antes que sana y racional Teoría
Política: si Hobbes se amparó en
la ciencia de su momento, y sobre todo en la geometría; y Locke se amparó en la sólida tradición filosófica del ‘Derecho Natural’ trabajada y pulida
durante siglos, por potentes y solventes filósofos; pues Rousseau sólo se amparó en sus necesidades personales y en su
extraviada sicología. Rousseau fue
un pensador contracultural, enajenado y rebelde a la poderosa corriente de
pensamiento político racional de su tiempo: Filosofía francesa del siglo XVIII previa a la Gran Revolución.
Rousseau primero, admiró a
los pensadores racionalistas franceses, pero después, llevado por su carácter
inestable y neurótico, los odió y los combatió: creando ficciones y lugares
existentes sólo en su mente contradictoria: ‘El contrato social’ y
otros escritos. La verdad es que Rousseau
nunca superó su condición de provinciano pobre, en la luminosa ciudad de París:
de los orgullosos, petulantes y egoístas filósofos franceses racionalistas, con
quienes se codeó en su estadía parisina.
Rousseau, tenía la mente
extraviada y no maduró plenamente: creía que el mundo tenía que adecuarse a sus
ficciones, y necesidades muy personales, y sicológicas. Al llegar a la bullente,
culta y agitada París: Rousseau creyó que los célebres,
inteligentes, revolucionarios y aplaudidos filósofos franceses racionales a
quienes admiraba, eran unos ángeles de cara rosada, y pletóricos de bondad y
cariño, ahítos de afabilidad extrema, sobre todo con sus admiradores y lectores,
y con mayor razón con los provincianos
como él. Encontró mayúsculos egos, sequedad de trato, petulancia intelectual,
desdén capitalino, etc., etc. París es París, siempre. Rousseau dejó de creer en el racionalismo
en forma tajante y en seco: Confundía racionalismo
filosófico con conducta humana --de sus difusores-- de y con perfil monacal,
filantrópico y angelical: tamaña ingenuidad e inocencia del enajenado Rousseau.
Al rechazar y
oponerse al racionalismo francés de
plano y en forma frontal, Rousseau
planteó entonces, –ante el fracaso de la reforma que planteaba dentro de la
misma civilización racional-- la huida y retirada de los ciudadanos a un mundo
paradisíaco de la vida buena, donde se recupere la libertad y se viva en plena
libertad, donde impere la independencia
social absoluta, es lo que denominaba: el ‘retorno a la naturaleza’;
donde no exista civilización, ni reglas, ni imposición cultural, ni autoridades
políticas que obliguen al individuo o ciudadano: Rousseau en su mente extraviada, crea un jardín del Edén, donde
impere solamente la voluntad general de
todos los ciudadanos, o sea, que todos decidan sobre todo: en SOBERANÍA –rechazando todo tipo de
gobierno ejecutivo--, y esto
solamente podía darse, en una provincia pequeña, a fin que se ejerciese la democracia directa que era la única
forma donde podía cristalizarse la ficción política rousseauniana de la ‘volonté
generale’.
Y para colmo de
la ingenuidad rousseauniana: Fusiona moralidad
con política. Para Rousseau, la conducta moral es la que
salvaría al hombre en sus decisiones políticas en y por naturaleza, toda vez
que cada hombre o ciudadano, es legislador en y de la ‘voluntad general’, y que buscaría en su actividad la vida buena.
En términos
reales y materiales, y concretos, y muy humanos y políticos: nunca se podría
dar la voluntad general, ni siquiera
en el comunismo paradisíaco más excelso y angelical. Para que pueda darse, o
verificarse, o cristalizarse, la voluntad
general, pues, todos los ciudadanos deberían pensar igual y sentir igual,
lo cual es imposible, o, todos los hombres tendrían que convertirse, como por
arte de magia, en niños: ¿Pero quién
educará al niño bueno si Rousseau desconfía precisamente de la
educación que civiliza racionalmente?. No existe una sola comunidad humana
donde todos los ciudadanos puedan pensar igual o sentir igual, en modo alguno.
La voluntad general no existe, es
falsedad pura. Una cosa es VOLUNTAD
GENERAL y otra cosa muy distinta y diferente es VOLUNTAD DE LA MAYORÍA que no es voluntad general, y lo que plantea
Rousseau es VOLUNTAD GENERAL.
En suma:
estudiar a Rousseau es meterse a un
pantano de aguas viscosas y obscuras, donde realmente no se le puede entender
en forma clara y racional, y lo peor: Rousseau
nos lleva a un paraíso ficcional, imposible de aplicarse materialmente en el
mundo político.
El reconocido
investigador de ciencias sociales de la universidad de Liverpool Charles Vereker expone sistemáticamente
varios temas básicos de la Teoría Política, y de donde extraemos éstas citas
que abonan la tesis que hemos elaborado ut supra:
“Es sumamente significativo que fuese un ciudadano de
la Ginebra calvinista quien esboza el esquema
de una nueva iglesia-estado, en que la autoridad espiritual y la
política se fundían en un único poder del que todos participaban y al que todos
estaban rigurosamente sujetos. (…) ni siquiera ahora, dos siglos después de la
publicación del El contrato social de
Rousseau, puede decirse que haya acuerdo estricto respecto de lo que quiso
significar Rousseau con los términos (pag. 286) que usó, o respecto de cómo
deben interpretarse o entenderse sus afirmaciones. Por ese motivo, cualquier
exposición breve de su pensamiento debe ser, lamentablemente, parcial e
imperfecta, y apenas podemos hacer algo más que sugerir la sutileza, la
complejidad y la profundidad de los tópicos que planteó y trató de resolver.”
“A menudo, la importancia de las concepciones que
Rousseau trató de expresar se ve oscurecida por la evidente –alguien podría
decir inclusive mórbida— fascinación de su carácter. Más que en otros
pensadores sociales, la vida de Rousseau se relacionó estrechamente con su
pensamiento, pues llegó a ocuparse de temas políticos casi accidentalmente,
durante el proceso de búsqueda de una solución al enigma moral de su propia
personalidad. Y el resultado es que la persona constituye la analogía que usa
con más frecuencia en su discusión sobre la sociedad, y sus recomendaciones
para la creación de una ciudad en que pueda asegurarse la vida buena se
formulan según los mismos principios sobre los cuales haría recomendaciones
para la conquista de una personalidad equilibrada y moralmente armoniosa, con
la estipulación de qué, en última instancia, el logro de esto último depende de
la pertenencia a aquélla.”
“El segundo malentendido que puede producirse cuando
se estudia a Rousseau surge de la gran dificultad en comprender qué quiere
significar cuando sostiene que un grupo político debe ser depositario de la
voluntad general, y que la condición previa para la existencia de una sociedad
armoniosa radica en que esta voluntad ejerza autoridad soberana. (…) Pero, muy
a menudo, su discusión debilita la concentración de lo que constituía la
preocupación y el interés principal de Rousseau, que era la caracterización de
la condición a que llama ‘libertad’, el análisis de las causas de su pérdida y
la descripción de las condiciones dentro de las cuales puede reconquistarse. El
funcionamiento de la voluntad general desempeña un papel importante entre las
medidas sugeridas para crear una sociedad libre, pero no es el único factor en
juego, y parece casi ininteligible si no se le ubica en el contexto más amplio
de la búsqueda rousseauniana de libertad.”
(…)
“Cuando fue a París por primera vez, en la década de
1740, Rousseau se sintió atraído por este punto de vista, como se sintió
atraído por Diderot, pero vivió lo suficiente para repudiar a ambos. En su
rechazo de los principios de la Ilustración, Rousseau fue casi un solitario
durante el siglo XVIII, e inició un movimiento de reacción del racionalismo
individualista francés, no agotado aún.” (pag. 288)
“Rousseau pensaba, por la experiencia que tenía de
ella, que la sociedad no podía mejorarse ni perfeccionarse mediante el cambio
del esquema de gobierno y la confianza en la cooperación racional armoniosa.
Por el contrario, tenía que transformarse radicalmente, y como parecía haber
poca esperanza de que se emprendiera tal reorganización, la primera reacción de
Rousseau fue predicar la huida y el retiro a una existencia primitiva, con un
mínimo de contactos sociales. Este rechazo de las teorías de su época puede
considerarse, en parte, como el disgusto de un hombre de fuertes sentimientos
ante el egoísmo seco y racional de los enciclopedistas; en parte, como el
desprecio de un provinciano por París; y en medida mayor aún, quizá, como el anhelo
profundamente arraigado de un neurótico por la paz perfecta, extraña a este
mundo. Sea como fuere, Rousseau se dispuso, solo o virtualmente solo, a
construir una nueva teoría social en que la ‘libertad’ significase la armonía
de cada yo, cuya voluntad, cuya razón y cuyas emociones cooperasen en un
perfecto equilibrio, y que fuese capaz de vivir feliz en compañía de los demás,
pues juntos reflejaban, en sus preocupaciones comunes, el mismo autocontrol
armonioso.”
“En su primera obra publicada, que tuvo gran difusión,
el Discurso sobre los efectos morales de
las artes y las ciencias, que apareció en 1751, Rousseau tenía conciencia
de que no se le perdonaría fácilmente el haber adoptado una posición
caracterizada por él mismo como de haberse ‘puesto
en contra de todo lo que hoy se admira’. En esta denuncia retórica contra
las presuntas ventajas del progreso intelectual sugería que el mayor avance de
la civilización, del cual tanto se jactaban los pensadores contemporáneos,
debía considerarse más bien como (pag. 289) un fracaso. Según Rousseau, la
original e innata bondad del hombre resultó sacrificada en este proceso. En las
condiciones de su época no hallaba posibilidad para la realización de la vida
libre de cuidados, feliz y sin frustración, de sus sueños, la vida que –según
él creía-- todos los hombres deberían gozar. Tropezamos ya con una insistencia
especial en la independencia social como característica de la vida libre y
natural, es decir, una insistencia en el hecho de no aparecer una situación tal,
que las decisiones de un hombre dependan directa o indirectamente de algún
otro.”
(…)
“Rousseau, en un segundo discurso, rastrea el origen
de la desigualdad, la condición de subordinación y dependencia que arruinó y
frustró la vida de la gran mayoría de los hombres en las sociedades históricas.
Realiza esta investigación recurriendo a la metáfora del estado de naturaleza,
en forma similar a Hobbes y Locke. A semejanza del estado de naturaleza de
Hobbes, Rousseau abstrae esa condición de la estructura política normal, pero
como Locke la usa para ilustrar las características morales permanentes del
carácter humano. A diferencia de Hobbes, Rousseau no sugiere, por implicación,
que las condiciones que describe sean imposibles de realizar; y, a diferencia
de Locke, no usa el lenguaje contractual para sustentar un sistema de derechos
individuales, que sea anterior a las relaciones políticas. En realidad, para
Rousseau, la anarquía del hombre natural de Hobbes, de la que es rescatado por
el gobierno soberano, correspondía a las sociedades históricas en que vivía.
Pero representa una diferencia fundamental con el método de evasión de
Rousseau, pues éste nunca (pag. 290) prescribe que la soberanía quede en manos
del poder ejecutivo, sino que debe ser celosamente mantenida por todo el
pueblo.”
“En un comienzo, Rousseau no esboza una respuesta
política al problema que plantea, sino que trata de describir el carácter del
hombre libre y, también, aunque de manera no muy convincente, los factores que
le han arrebatado su independencia natural. (…) Para ambos, la característica
más significativa de los seres humanos es la persecución de propósitos para
satisfacer deseos. La condición de la felicidad es, para Hobbes, la de hallarse
en condiciones de realizar esto con éxito. La moralidad del propósito no
plantea un problema al individuo, excepto en el aspecto legal que se relaciona
con la sujeción a la autoridad política. En cambio para Rousseau, la moralidad
del propósito asume mayor importancia. Un hombre es libre cuando hace una buena
elección, la toma por sí mismo, y tiene en su poder los medios de realizarla.
Para ambos, el control de las circunstancias, el poder, es esencial, pero
Hobbes analiza el poder empíricamente, mientras que, para Rousseau, aquél
también tiene un contenido moral. Quien hace una mala elección, tan esclavizado
está como aquel cuyas intenciones son buenas, pero se ve impedido de
realizarlas por falta de medios. ‘Toda
maldad proviene de la debilidad’.”
“La prédica de Rousseau en favor de un retorno a la naturaleza
ha sido mal interpretada por algunos de sus críticos, desde que Voltaire la
atacó por primera vez.” (pag. 291)
(…)
“Dentro de la sociedad no reformada en que Rousseau se
veía obligado a vivir, lo mejor para un hombre sabio era retirarse a la vida
simple del campo, para evitar las costumbres falsas, seductoras y artificiales,
de la vida metropolitana. Pero el mensaje final de Rousseau no insta a la
evasión. El apartamento sólo es una solución si no existe ninguna posibilidad
de reforma. Pero ésta ha de emprenderse por todos, si cada uno quiere ser tan
libre como lo habría sido, de manera ideal o natural, dentro de las condiciones
en que se hubiera mantenido un equilibrio apropiado entre el deseo y la
realización”
“En esto, Rousseau concuerda con Aristóteles. Hay dos
maneras mediante las cuales puede corregirse una falta de equilibrio: aumentar
los medios de satisfacer los deseos, o bien reducir o modificar el carácter de
ellos o la presión que ejercen.” (pag. 292)
(…)
“Podemos decir que la concepción psicológica que tiene
Rousseau de la naturaleza humana difiere de la de Hobbes en dos aspectos
vitales. La voluntad del hombre es libre y bien intencionada, lo cual le lleva
a crear condiciones en que puede vivir de una manera moralmente satisfactoria;
en segundo lugar, el hombre tiene sentimientos de solidaridad para con sus
semejantes –que Rousseau denomina pitié—que
lo instan a perseguir propósitos en común con ellos, cuando las circunstancias
lo permiten. En las sociedades históricas, estas facultades se hallan
eclipsadas y deformadas. De este modo, en su cuadro de la vida natural,
Rousseau no pinta a un individuo aislado abstraído del marco político, sino a
un hombre rescatado imaginariamente de un mundo caído, un hombre sin pecado,
sin desarmonía ni división dentro de su propia persona, un hombre no sometido
ya a la desigualdad y a la dependencia social.”
“El hombre ha nacido inocente, pero no perfecto, y en
su capacidad de mejorar ve Rousseau la posible fuente de todas las miserias
humanas. Pues buscar el cambio es arriesgarse a empeorar. El cambio puede
implicar necesidades superiores a las satisfechas de manera inmediata por la
naturaleza, y las (pag. 293) mejoras hipotecan el presente por inciertas
satisfacciones futuras. El hombre fue libre y bueno gracias a la ignorancia del
vicio, el alejamiento de la pasión y a la ausencia de tentaciones. El hombre
natural nada posee y no está obligado hacia nadie.”
“Este hombre libre y natural se vio fatalmente
envuelto en una relación social adulterada en el momento que alguien ‘después de cercar un trozo de tierra,
afirmó “esto es mío”, y encontró gente bastante simple como para que le
creyera’. Esta primera intrusión de la idea de propiedad es identificada
por Rousseau como el comienzo de la sociedad civil. (…) Esta distinción es muy
importante, pues Rousseau nunca responsabiliza simplemente a las circunstancias
(pag. 294) por los malos impulsos sociales. Esto no contradice su posterior
aceptación de un sistema de propiedad bajo la ley, en el cual todo mal uso de
sus privilegios por los individuos pueda ser controlado por la autoridad
política, es decir, por la voluntad general. En realidad, nadie puede decir
propiamente que posea algo como no sea a título de parte de un orden social
reconocido.”
“Los hombres son buenos por naturaleza, pero, no
obstante, pueden ser pervertidos. En su definición más amplia, la buena
voluntad se pervierte cuando sucumbe a la tentación de permitir que los medios
de los cuales dispone le dicten los fines que debe perseguir. Pero Rousseau
descubre específicamente en el yo una división de intereses que corresponde a
la naturaleza superior e inferior de la psicología clásica. Sólo podremos
comprender el concepto de buena voluntad en el aspecto político, si
comprendemos primero que su carácter y sus intenciones son idénticos a los de
la buena voluntad en el individuo; esta buena voluntad, aunque a veces resulte
descuidada en favor de una voluntad egoísta particular, instigada por el amour-propre, no solamente caracteriza
el estado natural de inocencia y de libertad, sino que constituye también una
permanente disposición humana que perdura en forma latente en todo momento. La
voluntad sólo puede llegar a ser general en el cuerpo político si es antes
general en el individuo, con lo cual Rousseau quiere significar que debe
suponerse en todos los hombres un común interés moral distinto de sus
preocupaciones personales. Los hombres sólo pueden dedicarse a realizar
libremente este interés moral común previa conquista de la independencia
respecto de las condiciones de su medio. Rousseau no creía que, en la práctica,
pudieran establecerse las condiciones (pag. 295) primitivas, excepto para
personas aisladas y de espíritu extraordinariamente vigoroso. Su llamado
‘retorno a la naturaleza’, es, en realidad, un avance, una transformación
redentora de un mundo caído, por medio de la acción conjunta, que sólo es
posible porque la buena voluntad, eclipsada pero no destruida se halla latente
en todos.”
“El hombre había perdido su inocencia, pero podía
alcanzar la moralidad, podía llegar a la recreación deliberada de la vida
libre, no en otro mundo, sino en éste; no en una sociedad espiritual separada,
sino en una única comunidad indiferenciada con todos sus semejantes; y no en
sujeción a una autoridad cualquiera, sino a su propia buena voluntad libre. La
moral y la política no son nunca temas separados para Rousseau, así como
tampoco reconoce una diferencia de fondo entre Iglesia y Estado, ni la
distinción entre individuo y sociedad acerca de la cual sus contemporáneos a la
moda gustaban discutir. La unidad de la teoría y de la estructura del Estado
reformado de Rousseau es, formalmente, casi idéntica a la de Hobbes. Pero la
autoridad soberana es interior y no exterior, moral y no pragmática; permite a
la sociedad vivir, no funcionar: vivre,
no agir. Para decirlo con las propias
palabras del Emilio: ‘Hay que estudiar la
sociedad por medio de los hombres, y a los hombres por medio de la sociedad:
quienes pretendan tratar separadamente la materia política y la moral, nada
comprenderán jamás de ninguna de las dos’.”
“Rousseau admitía la necesidad de los vínculos. En El
contrato social –cuya denominación más apropiada sería la del subtítulo: Principios de derecho político—Rousseau
trató de la reorganización y del control de dichos vínculos, de modo que la
sociedad política se convirtiera en un medio donde todos (pag. 296) sus
miembros pudiesen vivir la vida moral libre, en vez de ser la causa de su
frustración. Los vínculos impuestos por déspotas extranjeros en una sociedad
dividida eran necesarios esclavizadores; en cambio, los vínculos autoimpuestos
por decisión común podrían tener todas las ventajas de la acción concertada.
Rousseau se preguntaba en qué condiciones debían los hombres obligarse a
obedecer las leyes. Y respondió a este problema de la misma forma en que lo
habían hecho otros, esto es, afirmando que ello dependía de quien las hubiese
concebido. Pero, en su tentativa de describir cómo debían, en su opinión,
hacerse las leyes, Rousseau expuso un credo democrático revolucionario que ha
influido sobre todos los estados del mundo moderno y ha alterado radicalmente
la estructura de muchos de ellos. Hasta ese momento, se había sostenido que las
leyes debían obedecerse cuando se veía que eran justas, o cuando habían sido
promulgadas por una autoridad de sanción reconocidamente divina, o si no
invadían ciertos terrenos determinados de incumbencia eclesiástica o individual
que constituían el ámbito de los derechos. Hobbes, como se sabe, había
sostenido que aun cuando la autoridad legisladora mantuviese su posición por la
fuerza, todos los súbditos en cierto sentido, habían autorizado su dominación.
Pero éste era un concepto negativo. El soberano de Hobbes rescataba a sus
súbditos del caos, pero no realizaba ninguna tentativa para conducirlos hacia
la libertad. Toda búsqueda positiva de la felicidad les correspondía a ellos
como individuos.”
“Rousseau, por el contrario, afirma que todos los
miembros de un cuerpo político deben compartir una responsabilidad común por la
elaboración de las leyes, pues tienen un interés común en vivir (pag. 297)
juntos, un interés positivo común que no consiste solamente en escapar de la
esclavitud de las condiciones históricas, sino en asegurar la prosecución
futura de la vida buena. Su interés positivo es la libertad. Rousseau comienza
El contrato social diciendo que su investigación considerará a los hombres
tales cuales son, y a las leyes conforme deben ser; y concluye afirmando que
las leyes moralmente satisfactorias son el principal medio para transformar a
los hombres de lo que son en lo que también ellos deberían ser.”
(…)
“Análogamente Rousseau considera la cooperación moral
en el Estado como la manera de restaurar el equilibrio perdido en el individuo,
cuya buena voluntad ha quedado oscurecida por condiciones hostiles y
frustrantes. Y así, en un Estado reformado, en la nueva ciudad totalmente
democrática de los sueños de Rousseau, la ley actuaría en forma redentora,
guiando y protegiendo a todos los ciudadanos de modo que sólo actúen impulsados
por motivos socialmente armónicos.”
“Rousseau comprendía claramente que este resultado
deseable sólo podía alcanzarse de una manera: haciendo de la voluntad general
la autoridad soberana en el Estado. Solamente si las leyes expresaban los propósitos
de la buena voluntad, y si estos propósitos eran comunes a todos los miembros
de la sociedad, aquellos que las obedecían ejercerían su libertad y se
hallarían limitados por sus propias decisiones.” (pag. 298)
(…)
“Hay muchos puntos difíciles en esta concepción, que
surgen principalmente por el hecho de tratarse del esquema ideal de una
sociedad reformada que no puede reproducirse, en la realidad, con todos sus
detalles. El mismo Rousseau aclara que no considera a la autoridad final como
un mero consenso de opiniones, como la voluntad de todos, pues esto podría ser
erróneo y aun pernicioso. Tampoco debe deducirse de su concepción que la
mayoría siempre tenga razón. Para Rousseau, la voluntad era, cuando se
dirigía a un fin general beneficioso,
una voluntad racional, pero, en la práctica, podía estar lejos de ser racional,
ya por ignorancia o por pecado. En la sociedad civil, la ley debía controlar
las desviaciones de los pecadores, pero corregir al ignorante era
fundamentalmente un problema de educación. La educación, para Rousseau,
representaba el camino negativo de la redención: era el adiestramiento
necesario para evitar las malas elecciones y las tentaciones egoístas; éste era
también el punto (pag. 299) de vista de Mably, que ambos habían aprendido de
Platón. Y esta posibilidad de una falta inicial de acuerdo entre la voluntad y
la razón siempre es tomada muy en serio por Rousseau, quien sugiere inclusive
que, en un principio, una sociedad reformada puede necesitar un rey-filósofo
platónico, al que llama un ‘legislador’, para que guíe a la nueva ciudad por el
camino que deba ir. En ese momento este conductor puede representar la voluntad
general, pues cualquiera sea el sentido que Rousseau atribuya a este término,
siempre sugerirá que existe una definición correcta de él en alguna parte, aun
cuando haya un solo hombre que la conozca.”
(…)
“Rousseau nunca respondió de manera satisfactoria al
problema de saber dónde es posible poseer la seguridad de contar con la
voluntad general, pero afirma que en un grupo político debe existir un interés
común. Y aun cuando el único fin común de la voluntad general sea en todos los
hombres declararse y mantenerse libres, es concebible que ello pueda
realizarse, de ser correcta la suposición rousseauniana de que la buena
voluntad en el hombre nunca desaparece. En cambio, explica muy claramente dónde
no debe hallarse la voluntad general, aunque a menudo se enmascare
impropiamente dentro de ese ámbito: no debe hallarse en el gobierno ejecutivo.”
“La idea de que el gobierno ejecutivo debe
subordinarse es el único aspecto de la teoría de Rousseau que ha ejercido
influencia casi independiente desde (pag. 300) su época, en razón de que puede
desligarse del resto de su teoría del Estado. Por autoritario que sea en la
práctica, todo gobierno moderno debe sostener que su autoridad ha sido delegada
en él, aun con una votación predeterminada del noventa y nueve por ciento de
los votos en su favor. Pero, de hecho, esa idea de Rousseau es parte integrante
de su teoría general. La soberanía que reside en la voluntad general se encarna
en la legislatura, que idealmente debe ser una democracia directa de todo el
pueblo.”
(…)
“Rousseau reconoce que en la práctica los gobiernos
son propensos a usurpar la autoridad soberana. Desarrollan –observa—una
‘voluntad general’ propia. Pero con relación al Estado, ésta sigue siendo una
voluntad particular y no debe permitírsele ninguna de las libertades que
pertenecen inalienablemente al pueblo soberano. La tiranía de los gobiernos
constituía el eje político de las
reflexiones morales de Rousseau. Su respuesta al problema consistió en
definir de nuevo el concepto de ciudadanía, de una manera que posiblemente
nunca se olvide. Un ciudadano no es un gobernante ni un (pag. 301) súbdito, no
está por encima de la ley ni está simplemente subordinado a ella. Ambas cosas
le atañen. Aunque obedezca a un gobierno, es al mismo tiempo su señor soberano
por la participación que le cabe en la voluntad general. Aunque esté sometido a
la ley, también la crea. Como en el yo, también en la sociedad la obediencia se
reconcilia con la libertad y es, al mismo tiempo, su condición previa y su
expresión.”
“’Se quiere
siempre el propio bien, pero no siempre se ve cuál, es ese bien. Al pueblo no
se le corrompe nunca, pero con frecuencia se le engaña’. Los hombres pueden
fracasar en el logro de su bienestar moral y físico, ya porque se les haya
conducido equivocadamente, ya porque son niños, ya porque viven en una sociedad
corrompida. Pero uniéndose a sus semejantes en un acto de autorregulación
común, el hombre puede adquirir nuevamente la fuerza, y crear las condiciones
para ser libre. Rousseau consideraba que esto era posible porque creía no sólo
en la libertad de la voluntad humana, sino también en su permanente bondad natural,
indestructible, pura e inmutable, por descaminada que anduviese a causa de las
malas elecciones, por corrompida que estuviera por la sociedad o por
restringida que se viese a raíz de la ignorancia.”
(…)
“Esta transformación redentora, nunca realizada, pero
cuya visión impulsó generación tras generación (pag. 302) en el propósito de
dar cuenta a su mensaje, desde la época de Rousseau, es descrita en El contrato social: ‘Este tránsito del estado de naturaleza al estado civil, produce en el
hombre un cambio muy importante, sustituyendo en su conducta el instinto por la
justicia y dando a sus acciones el carácter moral que antes le faltaba. Sólo
entonces, cuando la voz del deber sucede al impulso físico y el derecho al
apetito, el hombre, que hasta ahora no había mirado más que a sí mismo, se ve
obligado a obrar con arreglo a otros principios y a consultar a su razón antes
de escuchar a sus inclinaciones’.”
“Los argumentos con que Rousseau abogaba por la
creación de una nueva sociedad en que hubiera genuinas posibilidades de que el
ciudadano hiciera sus propias leyes, no en el sentido de hacer lo que guste,
sino en el sentido de anhelar o aprender a anhelar los fines moralmente buenos
que mantiene en común con todos los otros ciudadanos, ha influido en todos los
estados modernos afectados por la Revolución Francesa. Pero la Gran Revolución
no fue al progenitora de la nueva sociedad que Rousseau había descrito. Éste
mismo, en verdad, no la creía posible, a menos que se realizara en el
territorio de una pequeña ciudad-estado. Además, estaba convencido de que,
cualquiera que fuese la forma en que se expresara la voluntad general, nunca se
prestaría para la representación. (…) Pero la tentativa de continuar las
especulaciones teóricas de Rousseau sobre la (pag. 303) libertad y su
realización fue proseguida más vigorosamente por pensadores germanos. Dos
profesores alemanes, Kant y Hegel, sucesivamente, testimoniaron la influencia
de Rousseau, aunque Hegel criticase, de manera no del todo conveniente, la
doctrina de la libertad de Rousseau y, también, con supuestos semejantes las
concepciones políticas de Kant.” (pag. 304), ‘Capítulo VI. La Libertad’ en ‘El
Desarrollo de la Teoría Política’, editorial Universitaria de Buenos Aires
EUDEBA, versión castellana por Néstor Míguez, Argentina, 349 pags., 1961.
Nos hemos
permitido consignar abundantes citas y glosas sobre Rousseau, a fin que nuestro amable lector pueda apreciar a la
crítica especializada y profesional, en abono de las tesis que nosotros venimos
desarrollando.
Hubo y hay mucha
demagogia política hecha pasar por filosofía o teoría política en torno a lo
ideado ficcionalmente por Rousseau,
los políticos demagogos echaron y echan mano a los conceptos caprichosos y
esencialmente subjetivos y literarios del célebre ginebrino bajo comentario.
Y lo más
sorprendente es, que inmensos monumentos de la filosofía universal como los
alemanes Kant y Hegel atendieron a la literatura de Rousseau como si fuese filosofía profunda y paradigmática: ‘Cosas
veredes Sancho’ dijo don Quijote de la Mancha, en la pluma
célebre de don Miguel Cervantes de
Saavedra.
La ciencia política ha demostrado que no
existe la ‘Voluntad General’ rousseauniana,
--supuestamente del pueblo--, y que dicha ‘voluntad general’ es simplemente un recurso o un artificio de la
demagogia política del momento, es pura falsedad: las elecciones políticas se
manipulan las más de las veces (los mass-media ahora son el instrumento
clave para ello), y aun así, su resultado no es ‘voluntad general’; a lo más: es expresión mayoritaria inducida de
un momento o situación política de demagogia y juego de intereses en y por la
lucha por el poder, y en modo alguno es expresión soberana; y se constata que es humor, emoción o sentir,
o pasión, y estación política pasajera, pero nunca ‘voluntad general’ rousseauniana.
En términos
reales y concretos, la soberanía
nunca ha sido popular, la soberanía o poder de decisión fundante,
jurídica-constitucional y autodeterminante e independiente o la Soberanía jurídica-política-económica
constante y central, --en las naciones-estados
modernas--, es de los grupos de poder
fáctico en toda sociedad, y ello está debidamente probado por las ciencias
sociales. La soberanía popular no
existe en términos reales y concretos y materiales, la verdadera soberanía
jurídica-política-económica la imponen los grupos de poder fáctico en toda
nación-estado.
En Perú, está
mucho más que demostrado y documentado en ese sentido, no existe en términos
reales y concretos: soberanía popular
ni ‘voluntad general’. En Perú, la
primera república fundada formalmente en 1821 ha colapsado hace mucho tiempo,
donde nunca hubo soberanía popular,
sino soberanía de las oligarquías y
grupos de poder y transnacionales; y, con república partidocrática hoy –y con senda constitución política y Estado
de Derecho--: seguimos siendo económicamente, --casi al cumplir doscientos años de república primera--,
simple exportador de piedras
tal como lo fuimos durante el virreinato; y además: existe una conjura de la
clase política partidocrática, --con su propia constitución política y aparatos
de poder--, de evitar que el Perú se industrialice y salga de su casi
bicentenario SUBDESARROLLO SOCIAL Y
ECONÓMICO.
La ‘voluntad general’ rousseauniana, en el
Perú: es una mala broma, una muy mala broma; sin embargo, los perversos
demagogos de la corrupta partidocracia ambiente de derecha y de izquierda, siguen
engañando y estafando al pueblo, –cinco millones de pobres en la ciudad
capital, de 10 millones de habitantes en Lima, y 13 millones en el interior, de
30 millones de habitantes del Perú--, con esos conceptos subjetivos y
artificiosos aquí desarrollados. La soberanía
popular nunca existió en el Perú subdesarrollado de hoy, fueron las
oligarquías y los grupos de poder fáctico interno, y las transnacionales, los
verdaderos detentadores de la soberanía estatal, con constituciones políticas incluidas.
Estamos en el
deber de impulsar la instauración de la Segunda
República con nuevo continente y contenido, para sacar al Perú del
subdesarrollo y atraso en que está sumido gracias a la partidocracia, con todo
su aparataje político, en su colapsada primera república.
Lima, 16 de
agosto del 2014
Jaime Del Castillo Jaramillo
Abogado egresado
de la U.N.M.S.M. con más de 20 años de ejercicio profesional y cuenta con
estudio jurídico abierto; politólogo con más de 20 años de ejercicio
profesional; periodista, fundador y director del programa radial y televisivo
‘Yo, Sí Opino’ (censurado en TV y cerrado cinco veces en radio); Maestría en
Ciencia Política con la tesis “Pensamiento Político peruano insuficiente y
epidérmico causa de nuestro subdesarrollo político”; Post Grado internacional
en Ciencia Política otorgado por la UCES – Universidad de Ciencias
Empresariales y Sociales de Buenos Aires-Argentina graduado con la tesis:
“Crisis terminal de los Partidos Políticos en el Perú”; catedrático
universitario de ‘Historia del Pensamiento Político”, “Filosofía Política”,
“Metodología de la investigación en Ciencia Política”, “Realidad Nacional”;
“Análisis Político”, “Ciencia Política”, etc.; blogger, comunicador social,
articulista y conferencista.
Fundador,
ideólogo y Presidente de “Foro Republicano”
http://fororepublicanoperuano.blogspot.com
@jaimedelcastill
yeagob2@gmail.com
https://www.facebook.com/jdelcastillojaramillo
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